Adriana Stolkartz

FIGURAS EN FONDO AZUL

"No creo que alguien que rueda pendiente abajo
 vuelva a levantarse-replica clavando los ojos en mí."
Irmgard Keun, La chica de seda artificial.

Cuando Jorge me dijo que las imágenes no tenían sentido, yo quedé en silencio y observándolo. Estaba serio y circunspecto, con el tono compatible con develar una verdad humana. Para él era simple y llanamente así. No tenía sentido. También me dijo que volviera cuando le encontrara  el sentido. Menuda tarea.
Me sentí echada, sí, fue asi. Literalmente echada con mis imágenes carentes de sentido o rebosantes de sin sentido. Una ironía destinezca tejía su trampa. Yo estaba huyéndole al sentido como se huye de una cucaracha o de una rata. Algo que aparentemente es herencia genética, según dicen.
No obstante la huída, las imágenes se filtraban en mi mente con su fondo azul oscuro y desparejo. Eran figuras pseudohumanas.  Monstruosas. Imágenes quietas en un fondo oscuro, que carecían de sentido, y nos arrojaban a lo absurdo.  Luego lo supe. Es cierto, Jorge me obligó.
No, no podía distinguir en las figuras algo que tuviera que ver conmigo, no era una deformación de mi rostro, no tenía mis manos, ni mis movimientos, si es que acaso alguien se lo pregunta. Ninguna de las dos figuras se me parecía. Ni la definida, ni su sombra de color amarilloamarronado, una sombra singular que abrazaba a la mujer que sostenía el cetro. Con los ojos sensualmente cerrados sostenía un cetro que brillaba sobre el fondo azul oscuro, iluminando, queriendo dar vida. Pero, ¿se trataría de dar vida al sin sentido? No, sería un recurso del orden de lo obvio y detesto las obviedades.
La sombra tenía algo en el hombro, algo que no era una imagen borrosa, una calavera, y si algo hay de explícito, hasta en las cosas sin sentido es que si una imagen borrosa tiene una calavera en su hombro, el que tiene la mano libre, porque el otro brazo atrapaba a la mujer del cetro, es porque algo de la muerte le pesa. Y algo del sentido volvía a hacérseme patético. Y si todo cerraba en una simple palabra, las figuras eran simple y claramente una representación de  la muerte, la muerte desplegada sobre un fondo azul oscuro, iluminada por el cetro de una mujer que con ojo sensual fisgoneaba el mundo.
Y comencé a caer. Pero antes tuve que ascender. Lo recuerdo claro y nítido, caía sobre un fondo azul oscuro, viendo a mi caída imágenes coloridas de lo que había sido algo. Eran diminutas, y descuartizadas, no generaban terror, sólo nostalgia, la suficiente como para poder saber que eran los restos de una historia, con colores resaltados en el fondo oscuro que caían conmigo, sí, es cierto eso de la fuerza de la gravedad y de la manzana de Newton. Pero por qué caía, habría un  tope. Supuse que sí, siempre algo hace tope.
El sentido, incluso el sentido común indican que sí, que siempre hay un tope, que la caída no puede ser infinita, y nuevamente lo obvio. La muerte. Hasta ahí se cae. Algo, alguien o yo, estábamos muriendo y eso carecía absolutamente de sentido o configuraban un sentido obvio que yo no quería verbalizar.
Después volví a la escalera, casi al principio de la historia y allí recordé que siempre me dieron terror las escaleras acaracoladas, tampoco sé si la escalera por la que había ascendido era acaracolada, lo qué sí sabía era que la pareja que me abrió amablemente la puerta y que me ofreció comprar una casa a 16500 dólares, no me había prevenido de lo que podía encontrar cuando subiera la escalera. Y yo subí. Y allí creí distinguir las dos figuras detenidas en fondo oscuro, sin embargo no puedo asegurarlo. Por lo que recuerdo ellos habían subido antes que yo. Y también supe de inmediato que habían quedado arriba. Pese a la descortesía de los propietarios al negarme la información necesaria acerca de lo que iba encontrar en los pisos superiores. Por momento creía que ellos habían subido antes que yo. Me dijeron que arriba iba a encontrar lo que no encontraba en la planta baja. Y yo buscaba y buscaba, la curiosa que me remontaba a mi infancia quería descubrir algo que tampoco sabía bien como verbalizar. Y los pisos eran amplios y confortables, también luminosos, tanto o diría que con mucha más luminosidad de la que se podía desprender del cetro que esa figura cuasi humana iluminaba con sus manos. Lo demás era puro hallazgo en ascenso. ¿Por qué no podía conformarme y sentarme en algunos de los pisos superiores? Algo que era propio de mí me lanzaba hacia arriba, siempre hacia arriba, en carrera enloquecida con sentidos coagulados. Había que subir. Hasta que se me ocurrió que era demasiada la altura. Tuve vértigo, hoy día podríamos decir que tuve una especie de panic attac. Y yo bajaba, no sé si había sido mi voluntad, creo que nadie quiere descender a menos que se le obligue, descendía rompiendo los escalones de a uno, en un principio. Luego todo se desmoronaba y el azul cubría mi cuerpo y aclarándose de a momentos con matices y brillos. Si no fuera por el vértigo, si no fuera por el pánico, si no fuera por el exceso de sentido o el sinsentido que rodeaba mi caída vertiginosa podría haber disfrutado los colores. Pero no, no supe entregarme al placer de disfrutar el momento. Y ahí me quejé pero mi queja no era audible, nadie me había enseñado. Seguía en caída. No, no me sentía libe Y también sabía que algo en algún momento, iba a ser de tope.
Y caí entera, pero caí. Era lo único en el panorama apocalíptico que conservaba la forma. Y al caer supe que las dos figuras que me aprisionaban en fondo azul no eran imágenes oníricas. Hubiera sido mejor que lo fueran, pero no, no lo eran.

La figura del cetro se sentó en una silla de madera, por delante había una mesa, también de madera azul oscura. Sus ropajes eran pesados y rojizos, parecía haber sido confeccionados con los restos de una cortina. Hay muchas historias de gente empobrecida que hace sus ropajes con restos de cortinas viejas. Este parecía el caso y el ropaje tiraba al rojizo por lo que entendí que las cortinas habían pertenecido a algún teatro. Un personaje se había apropiado del telón, y sin telón la obra no podía detenerse. Los espectadores estábamos condenados a seguir siempre la representación. El tema que en este caso había una sola espectadora y dos personajes surgidos de la imagen que había cobrado consistencia de figuras. Y la figura del cetro vestida con ropajes de colores rojizos ribeteados en amarillos lánguidos había tomado asiento mientras su sombra desnuda colocaba la calavera sobre la mesa de madera. El cráneo contenía una frase que provenía de un cuento medieval. Rezaba algo así como que fui lo que tú eres y serás lo que yo soy. No, no me resultó simpática la obra.
Intenté explicarles que estaba allí por equivocación, que mi cometido era seguir ascendiendo por unas escaleras hasta encontrar mi ambiente. Mi ambiente sin dudas no era ni ese sótano, ni ese teatro que carecía de espectadores. Intenté incorporarme, les dije en tono simple, que les agradecía que quisieran ayudarme a tejer un sentido en el sinsentido, pero que pese a los comentarios de Jorge y a que yo me sentí literalmente echada, no me era necesario, Les di las gracias pero mi cuerpo no se movió. Era peso plomo. Era un cuerpo que carecía absolutamente de movimiento. Una prisionera contemplando figuras resaltadas en azul oscuro, de mirada sensual y fisgoneante. Pero, no, a mi no me miraban, mi cuerpo estaba detenido y ellas sí recobraban movimientos y adquirían palabras.
-Vamos una vez más con el parlamento- dijo la figura del cetro.
-Sí, vamos.- repetía la sombra.
Mi voz no se escuchaba y mis pensamientos no detenían la obra. Estaba en un teatro, o en algo que alguna vez había sido un teatro, por mirar una vez más una obra que ya había presenciado en otros tiempos.
-El parlamento, el parlamento.- repetía la sombra.
-Sí vamos- decía la del cetro.
Comiencen comiencen agregaba yo en una voz que era inaudible a esas figuras que vivían en un registro completamente diferentes al mío. Ellas podían comenzar  o recomenzar, a mí sólo me restaba sentarme y esperar, pero tampoco podía sentarme con el cuerpo detenido.
Y por fin se encendieron las luces, a punto tal de encandilarme y hacer que el cetro perdiera su brillo. El fondo sí, el fondo sigue siendo oscuro.
-Existir o no existir, ésta es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo: sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, y oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darles fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?...Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir…Y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo; porque el considerar qué los sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, las insolencias de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más dignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios, cuando el que sufre pudiera procurar su quietud con un puñal? ¿Quién podría tolerar tanta opresión, si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la muerte (aquél país desconocido, de cuyos límites ningún caminante torna) nos embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan, antes que ir a buscar otros de los que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a todos cobardes; así la natural tintura de valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia; las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan, y se reducen a designios vanos. Pero…¡la hermosa Ofelia! Graciosa niña, espero que mis defectos no serán olvidados en tus oraciones….
-No, no lo olvidaré- argumenté con voz propia, luego pude incorporarme, por fin.
-¿Ves?, ¿acaso puedes ver estos ojos que van cerrando su brillo?
Nadie respondió. Las figuras seguían sentadas a su mesa, absortas en el parlamento que volvía a comenzar. La calavera brilló con su frase y yo repetí:
-Alguien podrá ser lo que fui yo- pero nadie respondió.
Entonces resignada me rectifiqué,
-Entonces seré lo que tú eres.
Grité con vos clara mientras arrojaba mi remera al fondo azul oscuro. Quería volver a sentir mi piel.
-Si alguien me acaricia podré hacerlo.
Pero nadie me acarició, Comencé a deambular desnuda por el sótano. Ofelia, me decía, tenés que hacerlo, bravo, tenés que seguir tu destino, Ofelia del sótano no se sale. Ahí el círculo se cerró. Fue un alivio. Quería volver, quería poder decirle a Jorge que por fin la vida o esto que transité en este lapso me había arrojado por fin el sentido pleno de mis actos.
Eso pensé, mientras sumerjo mi pie desnudo en un azul frío y relajante. Por fin, sonrío pero nadie nota mi sonrisa. Por fin sonrío, pero nadie distingue si tengo o no lágrimas. Mis rodillas ya están hundiéndose en las aguas y el cuerpo se me refresca en un azul primaveral con pinceladas lilas.
Sumerjo mi rostro, mojo mis cabellos, alcanzo a escuchar que a lo lejos continúa la representación, siento con ligereza que me excluyo de los sonidos, mi cuerpo cobra la liviandad de una pluma mientras me refresco entera y el azul se oscurece un vez más. Y el fondo, por fin, el fondo es negro.
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